domingo, 1 de noviembre de 2015

horas después

Las aguas de este mar
luchaban a lo lejos
al atardecer
con las primeras sombras
de la ciudad.

El mes de noviembre
apenas comenzado
en estas tierras.

Los amigos vagaron
ya de noche
charlando muy alegres.

Más tarde
en el borde de una acera
vieron
a una muchacha
que estaba allí

como un regalo.

La muchacha
lentamente
en silencio...

(de Loy Illo. Antología de poemas de amor. Colección Animal)


*

La obrita en el Guimerá no eran tres sino una. Tres episodios de personalidades que visitaron las islas. El astronauta que paseó por la Luna, la escritora que estuvo en el Puerto (no se llevó a la cama al ordenanza) y el Miguel de Unamuno al que Alonso Quesada mandó su lino de sueños (quizá ignorante que él era mucho mejor poeta que el también encomiable Unamuno), cosa que no sale en la obra, ni tampoco Millán Astray (¿se escribe así?), sino otro militar, no tuerto, no manco ni cojo ni gritando Viva La Muerte. Buena dirección y actores en cuanto a movimiento, danza en el escenario, pero algo falto de elocuencia. El cine admite la total naturalidad; el teatro se alimenta de la naturalidad pero para engordarla, sin llegar a ese vergüenza ajena que es la sobreactuación, o la excesiva elocuencia, tan perturbadora como su ausencia total. Yo me dormí un poco, con Juan al lado, y Luisa al lado de Juan. Qué mundo más mal hecho.
Luego un rato en la calle de La Noria. Juan, uno de los mejores novelistas vivos en la historia de la literatura canaria, observa, con cierta acidez, cómo su última novela no solo no viaja a Madrid, o a Hollywood, que es donde debería estar (esto lo digo yo, y no sólo la última), sino que por poco no está ya enterrada, sepultada y con flores los uno de noviembre. 
Y eso que Juan pertenece a la burguesía.
Esto de la burguesía lo cuento por el otro día, cenando en el Pole con Ramón y Zacarías. Hablamos de Oscasr Domínguez. Tuve la impresión de que lo valioso del pintor de la pianista y de la máquina electrosexual fue que perteneció a la burguesía canaria, no sé si agrícola, ganadera o de empleados del Estado.
Yo hubiese querido indagar en los colores del pintor y cómo los esparce por la superficie pintada, pero aquí lo único que interesa es que seas de buena familia o que tengas un premio que te avale. No sé por qué uno, hijo de proletarios (anoche soñé con mi padre y me echaba de la casa de San Andrés, por desordenado, desordenado yo: sueño extraño, doctor freud; mi padre era propenso a la acumulación a la que yo también soy propenso si me dejo ir) se ha metido a indagar colores. Recuerdo haber leído las teorías del autor de Fausto sobre la luz y los colores (ciéntificamente desautorizadas) y corregidas por el pitagorín que le salió de alumno al poeta; Schopenhauer. De aquellas teorías recuerdo la de la sombras, origen del fauvismo. Ahora vuelve a interesarme esto de indagar en los colores. Se pone uno a pintar y se interesa por los colores. Qué cosas. 


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