lunes, 18 de enero de 2016

en la casa de la cultura

Pepe
estoy en la Casa de la Cultura, y no me gusta este sitio. Por lo menos esta sala de lectura y ordenadores, y el hombre que tengo al lado me están dando ganas de que se vaya. Animadversión animal. Ya se va. Se está levantando y revisando su bolso. Se mete las manos en los bolsillos. Ni loco haría un cuadro de este hombre. No sé por qué le cogí manía. No parece mala persona. Pero prefiero mirar a una chica con gafas y coleta, o la que atiende al público, que ahora está bebiendo agua.
Ahora que se fue el hombre del bolso, la vista a la izquierda y veo una chica con tinte cobrizo en el pelo y rasgos judíos. (no soy fisonomista, es el instinto, pero al instinto cuando se le pegan sentimientos humanos, entonces se vuelve charlatán.)
Eso es lo que quise ser en la vida. Un charlatán de feria. Un payaso que lo mismo cautiva diciendo una cosa que la contraria. Mi investigación análógica sobre los vasos comunicantes entre el verso de Santa Teresa de Jesús y el marqués de Sade las dejo aparcadas. El valor de las palabras depende de su uso, dijo un filósofo. Si lo dice Perogrullo, no lo dice más claro. Pero están equivocados. Las palabras no tienen ningún valor. El valor está en el sonido. En cómo suenan. Me lo ha demostrado el gato Lucas, al que le importa nada si soy un alacrán o un piojo, sino otras cosas.
Bueno, se me va a sentar otro individuo al lado.
Dentro de media hora, primer día de clase de teatro. Esta vez no corro el peligro de prendarme de la maestra. El profesor es maestro.
Lo demás, antes del día 30, ir a Icod a ver aquello. Santa Pus se están espesando, atmósfera rala. Como la mierda mal hecha.

Un abrazo con sabor a cordero.

Chito

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