domingo, 4 de febrero de 2018

lecturas

Día extraño. Las lluvias han limpiado el aire y uno debería sentirse mejor al respirar. No sé si es porque anoche intenté leer un par de poemas de lord Byron. No pude terminarlos. Me empalagó. Intentaba ver si había algo de lo que escribió Polidori sobre las jornadas de orgía y opio en las que Mary Shelley engendró a Frankenstein. Pero no, sólo vi esos poemas que en inglés deben de sonar muy bien pero, a mí por lo menos, en español me parecieron pretenciosos y trasnochados. Intentaré leer algo más, sólo por comprobar si me mantengo lejos de Byron o fue simplemente una lectura con malestar en el cuerpo.
Malestar cuando me levanté por la mañana. El almuerzo en San Andrés lo reparó un poco, y un rato de charla con mi amigo el Alpargato, que también sufría malestar.
--El vino nuevo está asqueroso --decía él.
El achacaba la inquietud del cuerpo al vino nuevo, no a ningún poeta.
Del pueblo regresé en guagua con la novela Alodio, de José Rivero Vivas. José también se llama el antihéroe, usual en la literatura de este autor, de la novela. Pero no se parece al autor. Rivero Vivas cuenta con una colección propia, en Idea, donde ya tiene publicadas más de una docena de novelas. El personaje no tiene publicado nada, pero también es un escritor de abundante obra. Ya he dicho que no es la prosa que suelo habitar, pero sé que otros lectores sí. El caso de uno que fue devoto lector de José Rivero Vivas (también escritor) es para pensarlo. Este lo ponía por las nubes y lo consideraba el mejor novelista de toda la historia literaria de Canarias. Hasta que la tal persona dio a José un libro escrito por él, por esa persona. José Rivero Vivas, escritor honesto, señaló algunos defectos en la obra de su admirador. El admirador dejó de admirarlo. Escribió en público contra el parecer del autor de San Andrés, le retiró la palabra y si te vi no me acuerdo.
De casos similares está lleno el mundo político de la literatura universal. Nada nuevo bajo el Sol.

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