viernes, 2 de febrero de 2018

libros

Pepe, no sé si cambiar de corresponsal y elegir a una mujer. A una mujer podría contarle cosas que no te cuento a ti. El género epistolar está en novelas importantes. La primera que leí fue la de las noches blancas, de Dostoiesvki. Un hombre y una mujer que apenas se conocen se cuentan sus secretos por carta.
En estas cartas públicas he pensado que no cabe el secreto. Las cartas públicas deben hablar de lo público. De lo que quien escribe puede hacer público. Hablar de que anoche casi te fajaste con un tortolín, eso lo puedo poner en una novela. Pero no lo puedo contar aquí porque tendría que dejar la historia a la mitad. Chéjov hizo un cuento donde el protagonista deja la historia a la mitad y las oyentes casi lo matan. Era un viejo general que entre batallas se detuvo en un romance con una dama misteriosa en París.
--Y la acompañé hasta la puerta de su habitación en el hotel --dijo el general.
--¿Y qué pasó? ¿qué pasó? --preguntaron las oyentes.
--Nada, ella entró en su habitación y yo me fui a la mía.
--¿Eso fue todo?
Si el viejo no dice que no, que es mentira, que la verdad es que entró en la habitación con la dama, le cortan el pescuezo. Así que te contaré lo que es público. Por ejemplo las clases de lectura.
La novela que tenemos que comentar es La abadía de Northanger, de Jane Austen. No sólo leí la novela sino que vi la película. Esta corrige los defectos de la novela, la hace más categórica aún. Lo que enseña la novela es que hay que tener propiedades y buen corazón, pero si no tienes propiedades da igual que tengas malo o buen corazón.
La heroína es una lectora de novela gótica, amor en medio de una horripilante realidad, y se deja llevar por su imaginación. Cree que el general (nada que ver con el general de Chéjov) que la invita a su casa es el asesino de su mujer. Investiga y el hijo del general la pilla investigando. Ella muestra sus sospechas y el joven --el bueno de la película-- le reprocha sus sospechas y le demuestra que no es lo que ella ha pensado. Él vio morir a su madre y vio la preocupación, no mucha, de su padre. Acto seguido llega el general, que esta fuera, llega de improviso y ordena tajantemente que la heroína abandone su casa, la abadía de Northanger.
Bueno, en la última clase no estuvo Matías, el hombre que no lee las novelas.
Yo si la leí. La primera que conozco de Jane Austen. No me dejó con ganas de conocer otras pero encantado de haber conocido esta. El amor, según la novela, es una combinación de deseo, admiración e interés.
En la novela de Mishima El marino que perdió la gracia del mar, también eso es el amor. En este caso no hay un celoso resentido que trama vilmente contra la suerte de los enamorados. Jane Austen hace una novela rosa. El celoso es descubierto y apartado. En Mishima el celoso es el hijo, aun niño, de la enamorada. Sus celos no son el marinero como macho, le gustaba verlos por la rendija del armario, sino que el amante haya perdido la valía de héroe y en público se comporte como un zoquete.
No he terminado de releer La casa de las bellas durmientes. Igual que la de Mishima. La misma intensidad. En una prima la voluntad sobre el amor, y en la otra, la ausencia de amor y voluntad.

Del documental de anoche sobre Brando, hay que acordarse de lo que decía la hebrea. Si tienes 80, da 60; si tienes 60, da 40. Y si tienes 40, márchate para tu casa.
No te digo que escribas porque veo que estás ocupado con don Saco.

Chito

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