jueves, 1 de febrero de 2018

zanahorias estofadas

Sueño que sigo trabajando en El Comercio, periódico asturiano ubicado en Gijón. Allí tuve cuatro menesteres: corrector, limpiador de almacenes, control&recogida de periódicos sobrantes y inspector de ventas. El sueño corresponde a la fase de recogedor. Dejé la furgoneta aparcada y me olvidé dónde (en el barrio de La Calzada), y el listado, donde se anotaban los sobrantes del día, no tenía referencia de ningún punto de venta, lo que ocasionaba un lío en las anotaciones, lío que yo complicaba anotando mal el nombre del punto de venta. Me lo tomé con calma. Ya encontraría solución. El caso es que me despertaba, veía el salón taller dormitorio de mi casa, y volvía a cerrar los ojos y dormirme a ver si encontraba la solución. Me fastidiaba volver al mundo real y no haber resuelto la cosa. Imaginaba qué decirle al jefe y al encargado.
Me acordé otra vez de la novela de Ignacio. Se va a convertir en una obsesión. Una obsesión en la cabeza de un obsesivo es una bola de nieve cuando cae de arriba y cuando llega abajo es un alud. Un rasgo distintivo de esa novela es la cantidad de preguntas que se hacen los personajes. La fuente de esas preguntas es la incertidumbre.
O sea, en conclusión. Vivo en la incertidumbre.

Otra obsesión, más pasajera, es la puntualización del lector amigo. El que me advirtió que tenía que haberle advertido que el autor era demasiado explícito.

Creo que también soñé con esto. Lo vi como la heroína del cuento la princesa y el garbanzo. Él era la princesa y el garbanzo era el libro que le presté. Y yo era el príncipe que amaba a la princesa, pero también era el ogro que pensaba cómo hacer que la princesa le cogiese gusto al garbanzo y el príncipe que le quería quitar el garbanzo, para contentarla, se fastidiara, y lo llamara machista escondido y se quedara con el ogro.

En un colegio franquista me obligaron, no a dormir con un garbanzo bajo el colchón pero sí a que me gustaran las zanahorias estofadas. Me acuerdo de la máquina de hacer leche, que era una lavadora, pero lo que importa ahora es la hora de comer, el almuerzo. El comedor lleno de chiquillos que por la mañana cantaban el Prieta las filas antes de entrar a clase y por la tarde el Cara al sol. No dejaban nada en el plato. Yo sí. No me gustaba la pinta de las zanahorias estofadas y las dejaba a un lado del plato.

--¿Qué les pasa a las zanahoria? ¡Esas zanahorias hay que comerlas! --me imprecó la directora, al lado mío, ella de pie y yo sentado.
--Siempre deja las zanahorias --dijo la cocinera.
La directora insistió un montón de veces ordenándome que me comiese las zanahorias. Yo nada, cerrado en banda, que se las comiera ella. Yo no me las iba a comer.
La decidida mujer empleó la violencia. Hoy esa violencia estaría condenada por la ley, pero entonces no, entonces con la dictadura los maestros podían pegarle al chiquillo, ponerlo de rodillas sobre hormigón de cara a la pared (también sufrí ese castigo, por tirarle una piedra en el patio a uno que me estaba molestando) o no entrar en la rifa por no haber ido a misa. La directora tenía todo el apoyo de la ley. Me cogió de los pelos, me levantó la cabeza hacia atrás, con una mano me tapó la nariz y con otra me metió en la boca una cuchara llena de zanahorias estofadas. La primera intención fue escupirle las zanahoria a la cara de la cocinera o de la directora, la que tuviera más cerca. Eso no se hace.
¿Eso no se hace?
No me dio tiempo ni de pensar en escupir nada. El exquisito sabor de la zanahoria estofada me conquistó el paladar. La directora se dio cuenta, aflojó el pelo, quito el grillete de la nariz y me ,dejó tranquilo, saboreando el manjar. No pedí más a la cocinera, que sonreía, por algo de orgullo que me quedaba. Pero en lo sucesivo ponía más en mi plato y el que sonreía era yo. Y me enamoré de la directora. También tenía una buena sonrisa. Y yo, agradecido, también le sonreía.

Esto es todo hasta la tarde, Pepe. Creo que voy a bajar a Santa Pus. Una vez Olga Luis Rivero me dijo que yo me parecía con Brando, el de esta noche en el Para. A ver qué tú dices.

Chito


1 comentario:

Robert dijo...

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