domingo, 4 de marzo de 2018

la veo en la guagua. No sé contar emociones demasiado fuertes. La acompaño a una residencia. Tiene que ingresar allí.
En la habitación hay más pacientes.
Se acurruca en su sitio de acostarse. A veces impreca contra el sistema. Una celadora, o enfermera, la amenaza que si no calla...
Intervengo para apaciguar a la celadora.

--Tráeme... --dice, ya tranquila con su destino. Me nombra creo que una marca o tipo de dulce, pero no recuerdo el nombre. Lo tarareaba en una canción que otra paciente, solidaria, cantaba a dúo, como recordándola, con divertida nostalgia.
Una canción sobre las lentejas.
Un funcionario me dice que solo puedo verla en horas de visita.
Quedo en volver por la tarde.

Rambla. Frente al Imperial. Encuentro a un colega de los viejos tiempos.

El colega me nombra a un tal Checho.
Estamos en  la rambla, se aleja a buscar algo.
En el edificio abandonado, en la realidad, del antiguo Cinema Victoria. En el sueño hay allí una tienda, a la que el colega fue a comprar algo.
Espero que vuelva. Cuando vuelve, le pregunto quién es Checho, ¿qué relación tiene...?

Y hasta aquí el sueño.

Me levanto, me visto y bajo a la rambla. Bajando por el puente del manicomio recordé haber leído, en la juventud, el cuento de Herman Hesse Tras el rastro de un sueño. Su estructura, los detalles no. Actúo al revés del cuento. La realidad le va haciendo al protagonista --ahora me entero que es poeta-- recordar su sueño.
Yo voy al escenario del sueño a ver si veo al colega de los viejos tiempos. Nada. El edificio del antiguo Real Cinema, donde en el sueño había comercio y vida, en la realidad hay deterioro. SE VENDE, reza un cartelito. En la rambla, gente viene y va. Nadie conocido. Regreso a casa y busco el cuento de Herman Hesse. Seguro, lo apostaría, que el autor de Lolita bebió de esa fuente. No de la trama principal del cuento: ya no hay poemas que inventar pero sigue viviendo el espíritu de la poesía. Sino de hilos aledaños. El arrobamiento del poeta por una niña que fue su amante y luego su esposa.
Aunque advierto: que fuese su esposa, sospecho, es un ardid del autor para no revelar lo que realmente hay en ese cuento. El amor verdadero. Sin casorio. El amor que no tiene edad. Y a ese descubrimiento lo llama el poeta del cuento, incapaz de hacer un verso que no sea manido, la Poesía. Tal vez eso sea la poesía, ver el espíritu de las cosas corrientes. Aunque ya nada nuevo se pueda añadir, sino recuperar el momento en que aún las palabras no se habían convertido en literatura.
Nostalgia,


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